El Agua, la Sequía, los Alimentos y el Estrés

6 Mar

Fundal Fundación latinoamericana

Los episodios de sequía están aumentando en frecuencia y gravedad en varias regiones del planeta desde 1980, una situación que, además de afectar a la agricultura y los ecosistemas, también tiene consecuencias sobre la salud mental de las personas. Los datos muestran que la frecuencia de las sequías aumentó y el promedio de inundaciones se duplicó. Los eventos relacionados con tormentas se incrementaron, mientras que los días calurosos son cada vez más frecuentes y las temperaturas máximas siguen aumentando.

Las sequías prolongadas en América Latina tienen un impacto significativo en varios aspectos de la vida cotidiana, afectando la disponibilidad de alimentos, el acceso al agua potable y la salud mental de las poblaciones.

La sequía se puede clasificar en cuatro tipos, según el aspecto que se vea afectado:

Sequía meteorológica: se refiere a la falta de lluvia o nieve en una zona durante un período determinado, que puede variar según el clima y la estación del año.

Sequía hidrológica: se refiere a la disminución del caudal y el nivel de los ríos, lagos, embalses y acuíferos, debido a la falta de precipitación o a la evaporación excesiva.

Sequía agrícola: se refiere a la pérdida de humedad del suelo y de la capacidad de las plantas para crecer y producir, debido a la falta de lluvia o de riego.

Sequía socioeconómica: se refiere a los efectos negativos de la sequía sobre la población y las actividades humanas, como la escasez de agua potable y de riego, la reducción de la producción y la calidad de los alimentos, el aumento de los precios y la pobreza, la propagación de enfermedades y la migración forzada.

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Los países con mayor riesgo de desecación en Latinoamérica son Brasil y Argentina; le siguen México, Uruguay y Chile con más del 50 % de zonas desérticas, aunque los demás países no están exentos de vivir duras crisis ante el pronostico de que los incrementos en la temperatura hacia 2070, indican una tendencia a la sequía.

Entonces, para el caso particular del agua, se observa una trayectoria de calentamiento global, que transforma todos los procesos climáticos del planeta, lo que se traduce en eventos extremos que se suman a Fenómenos como El Niño y La Niña, en periodos muy cortos, y en donde “las sequías cada vez son más intensas y los periodos de lluvia son mucho más intensos”.

Adicionalmente, hay una pérdida y transformación de los ecosistemas naturales, un gasto indiscriminado por parte de los seres humanos y sus actividades económicas y productivas.

Al reducirse la cantidad de agua disponible para la agricultura, afectando principalmente a los cultivos de granos como el maíz, trigo y soja, puede llevar a una disminución de la oferta de alimentos, provocando aumentos en los precios y, en consecuencia, inseguridad alimentaria, especialmente en la población más vulnerable y la de las zonas rurales.

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“Sequías, inundaciones y tormentas ocasionan pérdidas de la producción agrícola”, según indica la sección de programas de la oficina de América Latina y El Caribe de la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO, por sus siglas en inglés). En enero de 2025, la FAO publicó el Panorama Regional de la Seguridad Alimentaria y la Nutrición. Dicho informe está enfocado en fomentar la resiliencia climática para asegurar una alimentación adecuada.

De acuerdo con el informe, la frecuencia e intensidad de la variabilidad del clima y los fenómenos climáticos extremos están en aumento. Latinoamérica y el Caribe conforman la segunda región del mundo más expuesta a fenómenos climáticos extremos, después de Asia. El 74 % de los países de la región enfrentan alta frecuencia de estos eventos.

La escasez de agua afecta directamente a la calidad y cantidad de agua potable disponible para la población. En muchas regiones de Argentina, la sequía está reduciendo los niveles de los reservorios de agua, lo que pone en peligro el suministro para el consumo humano y para la agricultura. En algunas ciudades, se han implementado o se mantienen medidas restrictivas de agua para preservar los recursos, lo que afecta a la vida diaria de las personas. También son necesarias acciones que incluyan el uso eficiente y racional del agua, el fomento de la cultura del agua, la promoción de la participación y la cooperación, la protección y restauración de los ecosistemas, y la innovación y el desarrollo tecnológico.

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La incertidumbre y la angustia generadas por las sequías prolongadas pueden tener graves efectos en la salud mental. Cada vez hay más pruebas en todo el mundo, que la inseguridad del agua puede provocar diversos problemas de salud mental, como estrés, trastorno postraumático, depresión y ansiedad. Tomar en serio estos retos, significa trabajar en la comprensión del trauma, y ofrecer ayuda y solidaridad.

A pesar de que apenas hay estudios que aborden este asunto, la revisión de los doctores Julio Díaz, Cristina Linares, Isabel Noguer y Alicia Padrón-Monedero fue publicada en la revista International Journal of Biometeorology, y muestra que existe relación entre la sequía y la aparición o agravamiento de los trastornos mentales y sus consecuencias.

Con respecto al agua potable, los expertos consideran que, si no se actúa rápidamente con medidas locales y globales, los racionamientos serán cada vez más continuos y comunes, pues los sistemas productivos, de las industrias, de las edificaciones, de la infraestructura, no están diseñadas para cuidar el agua.

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Desde el ámbito público, se deben generar políticas hidrológicas adecuadas, que deben tener una visión a largo plazo -tres décadas o más- que permitan que el agua esté disponible para todos. Pero, además, potenciar la educación y manejar los incentivos económicos que afecten a una ciudadanía que tome conciencia del recurso hídrico.

Este contexto resalta la necesidad de políticas públicas enfocadas en la gestión sostenible del agua, la adaptación a los cambios climáticos y el apoyo a las poblaciones más vulnerables en términos de salud mental y bienestar.