Nuestro país celebra hoy, 13 de junio, el Día del Escritor Argentino, fecha inspirada en el nacimiento de Leopoldo Lugones, uno de los autores más influyentes y fascinantes del siglo XX. Pluma fundamental en el salto de la literatura argentina a su madurez.
Leopoldo Lugones dejó un legado imborrable en el ámbito literario. Nacido en Villa María del Río Seco, provincia de Córdoba, el 13 de junio de 1874, pasó su infancia y adolescencia en esa localidad y en Santiago del Estero antes de establecerse en Buenos Aires en 1895. Allí se destacó como periodista en el diario El Tiempo y, en 1897, junto a José Ingenieros, fundó el periódico La Montaña.
Lugones asumió la dirección de la Biblioteca Nacional de Maestros y emprendió varios viajes al viejo continente, viviendo en París de 1911 a 1914. Además, colaboró con el diario La Nación y fundó la Sociedad Argentina de Escritores en 1928, tras haber obtenido el Premio Nacional de Literatura en 1926.
La obra literaria de Lugones abarca una amplia variedad de géneros y estilos. Su primer poemario, «Los mundos», fue publicado en 1893, y tres años después tuvo un encuentro determinante con el poeta nicaragüense Rubén Darío, cuya influencia se reflejó en su escritura. A partir de 1910, con la publicación de «Odas seculares», se observa un cambio en su estilo, centrándose en la exaltación de la tierra y su gente. También se destacó como narrador, siendo considerado el gran pionero de la literatura fantástica en Argentina.
Para Lugones, el papel del escritor estaba intrínsecamente ligado al destino de su país y, por lo tanto, consideraba que debía ser parte activa de la acción política. Admirador de las bibliotecas populares, ya que su propia formación fue influenciada por la biblioteca de su pueblo natal, Lugones dirigió la Biblioteca Nacional de Maestros hasta su muerte y contribuyó en el diseño de una reforma educativa para la educación secundaria argentina.
Su obra quiere ser fundadora de una vanguardia literaria que supere la herencia hispanista y el modernismo de allende los mares y siente precedentes para el comienzo de la literatura moderna en nuestro país, con un castellano rioplatense que siente las bases semánticas de una patria grande.
Lugones encarnó en grado heroico las cualidades de nuestra literatura, buenas y malas. Por un lado, el goce verbal, la música instintiva, la facultad de comprender y reproducir cualquier artificio; por otro, cierta indiferencia esencial, la posibilidad de encarar un tema desde diversos ángulos, de usarlo para la exaltación o para la burla. Acaso es lícito ir más lejos. Acaso cabe adivinar o entrever o simplemente imaginar la historia, la historia de un hombre que, sin saberlo, se negó a la pasión y laboriosamente erigió altos e ilustres edificios verbales hasta que el frío y la soledad lo alcanzaron.